Nos lo hemos acabado. Después de tres semanas y gracias al empujón en la playa del puente de San Isidro, hemos finalizado las 1.143 páginas que nos narran El Jilguero, la última novela de Donna Tartt.
Y nos vamos a poner un poco en contra de la euforia con la que la mayor parte de la crítica ha recibido esta novela. Ganadora del Pulitzer de este año, comparada con Dickens (que es, junto a Dostoyevsky y Melville, uno de los principales referentes literarios para la autora), recogiendo grandes elogios de escritores como Stephen King, el libro se ha colocado en lo alto del ranking en estos últimos meses. Pero nosotros nos vamos a poner del lado de The New Yorker y The New York Review of Books, que no han sido tan benévolos, porque nos parece que sí, pero…
El hilo argumental de la novela es la vida de Theo, un adolescente que con 13 años queda huérfano de madre tras una explosión en un museo que están visitando los dos. Él huye llevándose un cuadro, El Jilguero, pintado en 1654 por el artista holandés Carel Fabritius. A partir de ahí viviremos la extraña vida de este chico, que luchará por consolidar un entorno que no tiene, luchará por entender los diferentes yoes con los que irá creciendo, lo acompañaremos en aventuras y viviremos, con cierta angustia, cada una de las oscuras realidades a las que se enfrenta.
Y decíamos que sí, pero…. Sí porque nos mantiene el interés durante las infinitas páginas (hace tiempo que decidí que si un libro se atasca, no hace falta acabarlo vayas por la página que vayas). Sí porque la novela fluye con sentido y es una trama bien construida. Sí porque, especialmente al principio, conseguimos sentir todo lo que ese niño de 13 años está sintiendo, nos angustiamos con él. La autora consigue transmitir con fuerza todos los sentimientos del personaje y hacernos empatizar sin esfuerzo.
Pero, bajo nuestro punto de vista, la prosa es sólo una prosa correcta y limpia, lejos de exquisiteces (la autora se “excusa” en que ella cuando escribe poesía, sí puede experimentar con el lenguaje, pero en obras tan largas como esta, cree que no le queda más remedio que ser un autor de corte clásico). La novela, sobre todo en la última parte, peca de una trama enrevesada, digna de best-seller (en el sentido más comercial del término) y que, a nuestro juicio, queda un tanto impostada. En los últimos capítulos la historia policiaca-detectivesca mata la parte más interesante que se había ido tejiendo en torno a la complejidad del personaje.
Nos gusta la relación de Theo con Boris cuando son niños, y nos gusta cómo le cuesta acercarse a Pippa, y nos gustan todas esas contradicciones que el personaje acumula a lo largo de la vida, que nos muestran a un protagonista débil. Pero acabamos la novela sin esa sensación de haber exprimido todos nuestros sentimientos. Nos hemos descolgado ya hace rato, nos ha interesado conocer el final, pero ya no hemos sentido con la misma cercanía todo lo que al personaje le ocurre. Quizás no hacía falta estirar tanto el hilo argumental, quizás se nos ha quedado en un estilo un tanto simple.
Podré recomendar este libro a algunos de vosotros, porque al final, una vez más, esto va de gustos y de momentos. El libro es un buen libro, pero a pesar de su longitud, a nosotros se nos ha quedado algo corto en intensidad.
PD.: Dona Tartt ha escrito anteriormente dos libros, El Secreto, en 1992, que la situó en las primeras filas de la literatura americana, y luego Un juego de niños, en 2003, con unas críticas más contradictorias. Para escribir el Jilguero ha tardado diez años.
😉