El viernes pasado, día de San Isidro en Madrid, organizamos un evento que nos apetecía un montón. Por cómo había surgido, por su nombre, por ese…y por qué no que tanto nos gusta. Era un evento relacionado con las palabras, por supuesto, pero esta vez no iba (tanto) de libros…si no de propios relatos, de escribir, de fomentar la creatividad, de dar voz en el papel a esas historias que tenemos dentro y que, en la mayoría de las ocasiones, se chocan con el vértigo de ser plasmadas en un papel.
De buena mañana nos reunimos en la Fundación Dreamtellers, un piso inspirador, por su luz, por su decoración, pero sobre todo, por los mensajes que nos encontramos en sus paredes.
Éramos ocho personas, entre los doce (tuvimos el honor de contar con una pre adolescente con gran talento) y los cincuenta años. Tres mujeres y cinco hombres. Una diversidad interesante en edades y sexo que ayudó a desarrollar un taller heterodoxo. Llegamos de buen humor y con ganas, con ese nervio típico de ver de qué va esto y esa resistencia molesta a vencer los frenos de mostrar lo privado.
Y frente a los ocho indios, un jefe: un escritor no profesional (a pesar de tener algún que otro libro publicado), pero un comunicador y dinamizador altísimamente profesional. Su objetivo, ayudarnos a crear, darnos pistas para poder construir una historia, pero sobre todo, hacer fluir las capacidades individuales a través del trabajo en equipo.
Así que nos presentamos, contamos por qué nos gustaba escribir, qué leíamos, hicimos recomendaciones. Salieron algunos títulos desconocidos (al menos por mí), compartimos esa necesidad común de escribir, pero también, esa realidad muy de todos de, a veces, despistarnos y dejarlo…para otro momento….
Antes de la primera hora estábamos ya “jugando” al scrabble para crear nuestras palabras. Qué se ría la RAE!!. Y añadimos a nuestro diccionario Pelzo, Chagna, Ievenera y Hedal. Su significado? Tiempo al tiempo, las haremos famosas. Por el momento, nos sirvieron para escribir dos relatos conjuntos. Diferentes, divertidos, ajenos a nuestra propio entorno, jugando con la fantasía, estirando la realidad. Nos reímos, dimos vueltas a frases, a pensamientos, manipulamos palabras, llegamos a acuerdos.
Llegó luego el turno de poner en común relatos propios, escritos en la soledad de uno mismo, que es desde donde surgen esas emociones, esos sentimientos que dan lugar a futuras historias, que llegan a dejar de ser nuestras para ser de los lectores. Fuimos sinceros al escuchar y, sobre todo, al opinar. Aportamos con el único objetivo de ayudar a sacar lo mejor del de enfrente, de dar un vuelta más a cada relato. Luego ya cada uno, que recoja lo que le apetezca, que para eso es el autor.
Nos fuimos sonriendo y contentos del rato compartido, no sé si más sabios, pero con más ganas y fuerza de sentarnos a darle a la tecla. Y nos fuimos pensando en el próximo taller. Que quizás, tan solo quizás, huela a mar y tenga un horizonte especial.